Estudiar frente a la Alhambra
Era invierno, el día estaba nublado y hacía frío. Sobre las cumbres de Sierra Nevada, la nieve caía y los pronósticos del tiempo anunciaban lluvia en cualquier momento. Sin embargo él, a primera hora de la tarde, salió de su casa. Con tres gruesos libros bajo el brazo y cruzó la plaza, pisó los primeros metros de la Carrera del Darro y al comenzar a subir, se tropezó con el amigo. Se saludaron y luego el amigo preguntó:
- ¿Otra vez el mismo sitio?
- No puedo evitarlo.
- ¿Y qué es lo que tiene de mágico ese jardín?
- No sé decírtelo con palabras pero tiene algo.
- Claro, porque estudiar, como tantas otras personas, podrías hacerlo cómodamente en tu casa. Un día de estos me voy a ir contigo para que me enseñes, no el camino sino el rincón donde te sientas a estudiar frente a la Alhambra. Quiero ver y experimentar lo que a ti tanto te fascina.
- Pues cuanto tú quieras.
Se despidieron y siguió subiendo. Esta tarde era una de las más de doscientas veces que ya había acudido mismo sitio. Ni siquiera recordaba en qué momento y cuantas eran las veces que había visitado el rincón. Desde pequeño, desde que andaba metido en el mundo de los libros, desde siempre, desde toda la eternidad. Y siempre hacía lo mismo. Salía de su casa, lentamente caminaba por el paseo que discurre río Darro arriba, torcía luego, ya al final, para la izquierda, seguía subiendo despacio la cuesta y al llegar a la puerta de hierro, llamaba. Le abrían y entraba. Saludaba y sin más pérdida de tiempo, se iba al rincón. Justo entre las plantas buscaba el sitio más apropiado, se sentaba y, frente a la Alhambra, se ponía a estudiar. Dejando que pasara el tiempo. Y siempre mirando y estudiando en sus libros, le parecía descubrir a sus pies, por donde corre el río Darro y las laderas de la umbría de la Alhambra, un mundo mágico. Profundo como el valle más amplio, repleto de bosques verdes y vírgenes a los lados, surcado por limpísimas cascadas, riachuelos y manantiales e eliminado por el sol más puro.
Y siempre que vivía él esta experiencia, en el corazón se le quedaba una sensación muy placentera. Por eso nunca tenía ganas de irse del lugar ni volver a la cotidiana realidad de la materia y por eso un día y otro, regresaba. Y en esta ocasión, sin apenas mirar a las personas con las que se cruzaba, recorrió despacio el hermosísimo paseo de la Carrera del Darro. Llegó a la recogida plaza del Paseo de los Tristes, lo recorrió y al final, donde el puentecillo de piedra da paso al camino del Avellano y Cuenta del Rey Chico, torció para la izquierda. Continuó subiendo por la empinada Cuesta del Chapiz y al llegar al Carmen de la Victoria, se paró frente a la puerta de hierro. Llamó y al instante la puerta se abrió. Pasó dentro, saludó a la persona que le atendía, una mujer mayor que le preguntó:
- ¿Qué libros son los que traes hoy?
- Ya estás viendo, tres muy gordos, viejos y que pesan como demonios pero hermosísimos.
- ¿Hablan de lo que andas estudiando?
- Hablan de eso pero de una manera que gusta y transporta al más hermoso de los sueños.
- Tienes que dejármelos para que también los lea yo. Y también hoy quiero irme contigo para sentarme a tu lado en el rincón que tanto te gusta.
- Puedes hacerlo pero es que hoy, como otros tantos días, deseo estar solo.
- Si ya conoces tanto este sitio que hasta con los ojos cerrados lo podrías recorrer y gustar.
- Parece eso pero no es así.
- Pues como quieras.
Y por entre los pasillos, escoltados por gruesos árboles y plantas muy bellas, siguió caminando. Hasta que llegó al moral de tronco retorcido. Se paró aquí, miró para la Alhambra, al frente y sobre la alta colina y luego fue deslizando sus miradas por las laderas hacía el río. Y conforme descendía iba descubriendo lo que ningún otro día había visto. Por las laderas donde los bosques se tupían vírgenes, grupos de niños jugaban y, mientras corrían y gritaban, se decían:
- Démonos prisa y recorramos estos paisajes antes de que los profesores nos llamen otra vez a clase. Hay tantos misterios por aquí que debemos descubrirlos para luego mostrarles a ellos lo que realmente es importante.
Desde lo alto, desde su lugar en el jardín del Carmen de la Victoria, él miraba, los veías y escuchaba. Y como tantas otras veces, descubrió a la Alhambra al frente y como vigilando pero en esta ocasión mucho más imponente y misteriosa. Se dijo: “A todos los libros del mundo, hasta el mejor escrito y de contenido más bello, le faltará siempre el capítulo más importante mientras no sea leído y estudiado desde este balcón frente a la Alhambra. Con el corazón abierto y el alma ensanchada para descubrir, gustar y oír el misterioso mundo que en estos paisajes se agazapa. La Alhambra, el río Darro y el barrio del Albaicín, no se entienden por completo sin esta visión tan íntima, cerca y lejana. Contaré esto a mi amigo para que comprenda que leer un libro o estudiar frente a la Alhambra, es algo único”.
Itziar |
Gracias, Itziar. Y sí, escribe en tus relatos aquello que te guste a ti y de la manera que sepas hacerlo. Lo que debe importarte es escribir. Si nadie o pocas personas te dicen nada, no te preocupes. Tú haz lo que te guste sin desanimarte nunca. Te sentirás muy bien y orgullosa de ti según vayas comprobando que consigues un relato y otro y otro hasta juntar mil o más. Será, ese un gran momento para ti que valorarás más que ninguna otra cosa en tu vida. Gracias y saludos. |