El centro comercial como siempre lleno de gente. Personas que iban de arriba para abajo con su prisa y distracciones. Yo, solo una observadora de vida que al caminar, me di cuenta que alguien había puesto un piano en el área central, estaban promocionando una cafetería en ese sitio.
Un hombre no tan joven ni tan viejo, se sentó frente al majestuoso instrumento, era el pianista. Empezó con lo suyo, sacando melodías bellas que nadie escuchaba, todos seguían distraídos con pláticas y risas, con escaparates y ofertas. Al parecer solo yo me emocioné con el hecho. Cuando terminó su obra me acerqué para felicitarlo, pero no me fue posible, porque de inmediato comenzó a ejecutar otra melodía, Mozart, sin duda alguna, me quedé pasmada al sentir el escalofrío de piel, me detuve entonces detrás de un pilar de la construcción, extasiada.
Fue entonces que alguien me sacó de ese letargo, una pequeña de piel oscura ataviada con vaporoso vestido blanco, unos 5 o 6 años no más, se acercó al centro, estiro sus brazos y con los deditos de sus manos comenzó a imitar los movimientos del hombre del piano y comenzó una danza girando sobre las puntas de sus pies.
Aquello fue una maravilla, no podría explicar la sensación que se apoderó de mí, una mezcla de escalofríos y alegría que me causo un espasmo de emoción. Yo seguía escondida, con temor de romper el encanto que se había creado. El hombre se había dado cuenta de la magia que con su música había ocasionado en la pequeña, que simplemente cerraba los ojos y danzaba al ritmo musical, girando cual flor divina alrededor del hombre ni tan joven ni tan viejo, que dejaba la vida misma en cada nota por él creada.
De pronto todo desapareció a nuestro alrededor, ya no había gente, ni escaparates, ni gritos, tan solo aquel increíble escenario, en donde únicamente había tres almas, aquella niña hermosa que cual lirio blanco feliz, flotaba sobre las aguas de un río en calma, el hombre del piano que emocionado al verla, sonreía y acariciaba con mas gusto las teclas del piano perfumando con Mozart aquel lugar y yo, que escondida detrás de un pilar, derramaba lágrimas de sal, porque me sentí parte de ese milagro.©