¡La risa de Augusto! � No paraban de reír, sobre todo los niños. Escuchándoles Augusto se crecía, las risas entraban en su cabeza a borbotones, atascando sus oídos como piedritas en un desagüe. Una pirueta más, un gesto cómico, ajustarse la nariz roja y todo el público reía a carcajadas. Entonces se le ocurrió acercarse a la niña de ojos azules y tomarla en brazos, la paseó por toda la pista apretándola contra su pecho, reía feliz, hasta que, de pronto, el padre se la arrebató de los brazos. � — ¡Aléjate de mi hija, pervertido! —le gritó airado. |
Temblores No paraban de reír. La organizadora, cara consternada, pidió algo para secarle. Cuando tiró torpemente el vaso de agua, ella había intentado evitarlo haciendo caer a su vez el botellín. El resultado fue que el conferenciante estaba empapado. Dijo sonriendo: - Seguro que alguno de ustedes sube el incidente a youtube en unos minutos. El público juvenil se lo pasaba en grande. Algunos aplaudieron simpatizando con su buen humor. Terminó dignamente, le felicitaron. Entre los parabienes recordó las palabras de su médico: “Son los primeros síntomas, John. Podremos contener el parkinson pero más adelante, ahora tienes que acostumbrarte a él”. |
El ingenio “No paraban de reír, los muy imbéciles. Vamos, como si acabasen de oír el chiste de sus vidas. ¡Cómo el ser humano puede ser tan estúpido!” “Les reúno a todos, les relato detalladamente el plan que nos salvará del desastre y, cuando he terminado, lo único que oigo son sus carcajadas. ¡Absurdo!” “Me alejo rápidamente de la plaza; sé que ya están en el espacio las bombas. Corro hacia platillo que he diseñado, entro y lo arranco” Una enorme explosión se oye; todos corren despavoridos para cubrirse pero, sorprendentemente, no dejan de reír. Del platillo volante solo quedan los restos. |
Sin salida No paraban de reír a pesar de sentir el filo de la guadaña acariciándoles la espalda. No más de diez minutos, calculó “el patas”, ahogándose en una carcajada incontrolada. La puerta blindada estaba bloqueada . Por el respiradero que se inyectaba el nitroso no cabría ni una rata. Imposible intentar nada. |
El tío gracioso � No paraban de reír. Y así era imposible comer. Pero el puñetero seguía diciendo cosas graciosísimas y ellos, dale que te pego, sin parar de reír y sin tocar la comida. En esas entro su tía y le pegó un coscorrón. — ¡Para ya! ¡Déjales comer tranquilos! Aquello no funcionó. Su tío puso tal cara de chiste, con los ojos en blanco, que los dos niños se partían de risa. De pronto levanto una mano y se puso serio. —Vale. Ya esta bien. Si seguís así vuestra tía me dará con una sartén y os salpicarán mis sesos. ¡No paraban de reír! |
El giro No paraban de reír contemplando la ridícula escena. El grupo de hombres desnudos marchaba trotando y rebuznando por el centro de la calle, sin importarles� la lluvia ni el barro. La mayoría de los vecinos pensó que habían escapado del manicomio. Alguien comentó que las drogas estaban haciendo estragos entre la juventud. Pero las risas y las burlas se transformaron en gélidas muecas de espanto cuando por la esquina asomaron los torturadores, jactanciosos, humillando a sus prisioneros con insultos y latigazos. No paraban de reír. |
Primavera No paraban de reír. Se lo estaban pasando bomba. La pelota iba de un lado a otro y volaba por el cielo, donde las negras golondrinas anunciaban su llegada a todo el mundo. Los almendros del parque florecían blancos y alegraban el ambiente. El césped�� recién regado olía bien y daba frescor. Los perros y sus dueños jugaban por él. Llegó una niña y puso a volar su cometa, que llegó a situarse encima del estanque, donde unos jovencísimos enamorados se besaban sentados en un bote. |