El Apocalipsis Ante su vista, se encontraba una hoja de papel en blanco. |
Milagros de la naturaleza Ante su vista, Eduardo palideció. ¿Cómo podía ser posible aquello? Cinco continentes visitados, sesenta años estudiando la vida, máximo experto en biología y jamás ante sus ojos apareció nada igual. Cámara de vídeo, grabadora, todo en funcionamiento, pues aquello podría ser el mayor descubrimiento de la historia. |
En la consulta Ante su vista, como a cuatro metros de distancia, un recuadro blanco en el que iban apareciendo unos símbolos trazados como con tinta china. Cada vez más grandes. Le resultaban familiares pero no sabía nombrarlos. -No es posible. Le he puesto las más grandes, que podrían distinguirse a cincuenta metros. ¿Y no puede decirme cuáles son esas letras? -¡Ah! ¡Son letras! Ya decía yo… perdone, doctor, pero no se leer.
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¡Lo que hay que hacer! Ante su vista, tembloroso y encogido, aquel jovenzuelo ni siquiera se atrevía a mirarle. El Marqués permanecía impasible, solo un ligero temblor en su boca dejaba traslucir su enojo; mirándolo detenidamente calculaba qué tipo de hombre sería en el futuro. El muchacho se frotaba las manos, nervioso, buscando fuerzas para poder hablar. Tras los cortinones Constanza espiaba a su amado esperando sus palabras. —Se...ñor, huu...mildemente solicito la ma...ano de vues...tra hija. — ¡Cómo te atreves! Jajajajaja La carcajada salvaje se mezcló con el grito angustiado de la joven y luego, como un eco, se perdió por los confines del castillo.
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El sonido que cura Ante su vista debilitada apareció el puerto. Meses atrás habría reconocido las siluetas de todos los barcos allí atracados, pero sus ojos ahora eran incapaces de distinguirlos… Los médicos y su familia no entendían por qué se empeñaba en salir a pasear solo en su barca, aunque ya se habían dado todos por vencidos. Miraba en dirección al faro cuando vio por última vez. Asustado, recordó el plan meditado en largas noches de insomnio: adentrarse a ciegas en el mar hasta desaparecer. Pero entonces oyó el rumor de las olas. Ellas le guiaron de regreso a la vida.
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El desquite de Argos Ante su vista, fatigada por la vejez y tantos años de espera, se alzaba la impresionante figura de su amo. Puede que sus harapos fueran los de un mendigo, pero su porte era el de un rey. En un último intento, trató de levantarse, pero le faltaron las fuerzas. Y con un brillo de esperanza en los ojos, murió. El rey no lloró cuando sus compañeros sucumbieron ante los dioses, pero sí ante la crueldad de aquellos que querían usurpar su trono. Dentro, Penélope lloraba y tejía... Ulises desenvainó su espada y entró en el que había sido su hogar.
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Atardecer en el muelle Ante su vista se situaba el mar. Notaba algo raro en el ambiente brumoso desde que aquel hombre se le acercara. Un oscuro desasosiego le inundaba el corazón gota a gota. El sol ya no estaba en el horizonte. Apenas se veía nada. Se dio la vuelta y él la dedicó una extraña sonrisa. Ella abrió la boca del susto y le llegó a lo más hondo el sucio olor del puerto. -Tú y yo esta noche lo vamos a pasar bien -dijo él, al fin. -¡Tú eres Ibai! -dijo ella abrazando a su antiguo amigo del colegio. |
Primer asalto Ante su vista, las puertas del poblado se abrieron y una turba caótica de bárbaros salió atropelladamente en dirección hacia ellos. Los legionarios sonrieron, seguros de su victoria ante aquella pandilla de desharrapados; mas su sonrisa se desvaneció cuando la primera centuria fue arrollada y esparcida como paja seca. Al poco tiempo, el campo de batalla se convirtió en una pelea de taberna, con los bárbaros persiguiéndolos uno a uno y aplastándolos como moscas, comandados por un canijo de bigotes dorados y un gigante con unos absurdos pantalones a rayas blancas y azules, que no paraban de reír.
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