Mejor acabar Sin siquiera darse cuenta se acercó hasta el borde. El mar rugía como una manada de leonas hambrientas. Bajó la mirada calculando la altura del acantilado. El hervidero de espuma del fondo parecía esperarle impaciente. Dudó unos segundos que le sobraron para el recuento de lo bueno. Al saltar al vacío, prefirió no recordar el resto.
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Muñequita Sin siquiera darse cuenta, en un pis pas, la niña la metió en la caja. Olía a viejo y estaba pegajosa. Pensó que se le iba a ensuciar su precioso vestido de fiesta y luego sonrió porque estuviera preocupada de algo tan tonto, cuando ni siquiera sabía a dónde la llevaban. Silvia había llegado del colegio, había recogido varios de sus juguetes y los había amontonado sobre la cama. En aquel lugar estrecho y oscuro comprendió que también ella iba a ser entregada a alguien en la recogida de todos los años por Navidad.
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Como un autómata Sin siquiera darse cuenta, John se acercó al borde, miró espantado aquel enorme vacío y, sin pensarlo, saltó. Justo en ese momento tomó conciencia de lo que estaba haciendo. De pronto sintió un fuerte tirón, al abrirse el paracaídas que le iba a integrar lentamente en una guerra de la que desconocía todo.
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Así en el cielo como en la Tierra Sin siquiera darse cuenta llegó a La Comarca. En la plaza central estaban J.R.R. Tolkien, Cela, Lope de Vega, Bécquer, Cervantes y alguno más de cuyo nombre no puedo acordarme. Bueno, sí, estaban Góngora y Quevedo en un escenario. Discutían de algo sin importancia, al menos para nosotros. -Así que este es el cielo de los escritores. ¿Y dónde está el nuestro? -pregunté. -En el pueblo de al lado. Los lectores nos tenemos que conformar con Macondo, que no está tan mal , lo que sucede es que este nos quedaba de pasada.
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Armagedón Sin siquiera darse cuenta, de forma precipitada y casi inconsciente, pero lo había hecho, no le cabía duda. Por lo visto se había quedado traspuesto ante la pantalla de los radares, y al oír un pitido y ver unas imágenes de unos supuestos objetos, había oprimido con fuerza el botón rojo. En unos instantes las imágenes desparecieron. Eran unas interferencias motivadas por el paso del ciclón David, que progresaba desde la costa. Sin embargo, cuando comprendió lo que había puesto en marcha ya era demasiado tarde. Los primeros misiles con cabeza nuclear volaban hacía Moscú y Pekín.
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Quiero volar Sin siquiera darse cuenta, comenzaron a crecerle dos protuberancias en su espalda, pequeñas y amorfas al principio, y con aspecto de doble joroba bajo su camiseta después. El resto de asistentes tampoco se enteraba de lo que ocurría, entretenidos en diversos juegos en el jardín. Tan solo diez minutos antes, la niña estaba soplando las velas de su séptimo cumpleaños y ahora sufría en un rincón de la sala una reacción en cadena: contracción y dilatación de los músculos, mareos y pérdida de la consciencia. Cuando abrió los ojos, todos rodeaban una enorme mariposa que se había posado en el alféizar de la ventana.
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Palabras más, palabras menos. “Sin siquiera darte cuenta llenaste nuestros días de alegrías, nos contagiaste tu fe y amor por los demás”, decía el papelito arrugado que sostenía tu mano. - Me gustaría que fueran las últimas palabras que se dijeran de mí, sé que tuve falencias, no fui perfecta. ¿Pero, acaso alguien lo es? -me dijiste en el hospital cuando se aproximaba el final. - El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra, así dicen… -te respondí. Tenía tanto para decirte, tanto para amarte, tú tenías tanto que perdonarme, creo que ni siquiera pudiste oír mis últimas palabras.
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