Si bien el pañuelo verde es un emblema a favor de la despenalización del aborto, especialmente en la Argentina, el mismo se usa como identificador de un estilo de pensamiento mucho más amplio.
Como consecuencia de la lucha de determinados colectivos feministas reaccionarios que deambulan en muchos países del orbe en pos de la igualdad de la mujer, disputa que se mimetiza con el feminismo de las primeras olas, un nuevo merchandising comenzó a ser usado por un grupo de mujeres y es precisamente el mencionado pañuelo verde.
Este se puede colocar sobre los hombros, en el cuello o enrollado en la muñeca de la susodicha; en muchos casos lo vemos atado a la cartera o a la mochila de la usuaria. Desde luego que el pañuelo no es lo único que identifica a estas “luchadoras” por los derechos femeninos. Ay una suerte de look misándrico fuertemente acentuado en muchas mujeres para diferenciarse del resto de las mortales, tal vez alejadas de tan intensa y obcecada lucha.
El uso de combinaciones de colores puntuales en el atuendo, un abanico de vestimentas perfectamente identificables o estilo de cortes y colores chillones de tinturas en sus cabellos, más la colocación de piercing, tatuajes o algún que otro ornamento militante para llamar la atención del distraído transeúnte, forman parte de la moda del “ni una menos”, que nos acostumbramos a ver en la vía pública y en especial en las marchas de protesta. A esto hay que sumarle lo desagradable, estéticamente hablando, de ciertas abonadas a la lucha, luciendo patéticos sobrepesos, mal gusto en la alineación de su ropa y actitudes desafiantes, como provocadoras para el resto de la gente que les rodean en la calle.
No solamente esa filosofía nacida de una ingeniería social aceitada, con connotaciones políticas, mediáticas y empresariales recaen sobre cuestiones estéticas, sino además el lenguaje agresivo, tanto verbal como no verbal, las costumbres, los sitios de encuentro, las consignas, las danzas, los gestos y las emociones toxicas que albergan las vidas de estos perturbados personajes, nos dibujan un arquetipo psicológicamente aturdido y fundamentalmente desinformado.
Esto no pretende desvalorizar aquellos reclamos ya tradicionales sobre la equivalencia entre ambos géneros en términos de salarios, posiciones y escalafones laborales, y la tan manipulada violencia hacia las féminas por parte de los hombres, lo que vulgarmente se lo conoce como “femicidio” o la mal llamada “violencia de género”, que no dejan de ser hechos preocupantes en una sociedad a todas luces violenta e injusta.
Estos colectivos feministas marxistas perfectamente identificados, con intensiones destructivas hacia la familia tradicional y hacia la propia mujer, a la que se la trata de inútil e incapaz, intentan dividir a los sexos con el afán de deshilachar el tejido social.
Amparadas por los medios post modernos (el fake news), algunos partidos políticos de izquierda, ciertos intelectuales y artistas, junto a empresas comprometidas con la independencia femenil (solipsismo) y la desvalorización del hombre como pilar de la sociedad, usan todo tipo de artimañas para imponer sus ideas seudo progresistas, captando la voluntad de mujeres extraviadas, en especial las adolescentes, muchas de las cuales vivieron en carne propia las crisis de sus padres, solidarizándose con sus congéneres generacionales, portando las pancartas del feminazismo como si fuese una moda de la que no hay que quedar al margen.
A una mujer lesbiana le cuesta 500 veces más que a una heterosexual conseguir pareja y que mejor idea que insertarse en una movida social de mujeres desconformes con el machismo reinante o con el patriarcado, como más le guste. Muchas de esas militantes lesbianas son las que fogonean y arrastran a una pléyade de damitas en el reclamo evidentemente antimachista, colocando como mascaron de proa, un par de consignas legítimas del feminismo de las primeras olas.
Y ahí están las muchachas de los pañuelos verdes odiando a un género masculino permanentemente escrachado, acusado, calumniado, difamado y deshonrado. Al hombre sospechado y descartable, al varón culpable hasta que se demuestre lo contrario.
Este libro representa la continuidad de PILDORA ROJA y AVIVANDO GILES, obras que el autor le dedicó a esta temática. A favor de una línea editorial reivindicatoria a los derechos de los hombres en este marco de referencia, LA MUCHACHA DEL PAÑUELO VERDE representa un compendio de ideas ilustrativas, educativas y diferenciadoras de lo que significa el discurso políticamente correcto de una sociedad tuerta.
Desde luego que la muchacha que porta el pañuelo verde no es otra cosa que una alegoría, un símbolo de una lucha inútil, grotesca, agresiva e ignorante sobre una realidad embrionaria que ellas desconocen o pretenden descalificar.
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