¡Pobres cuerpos!

¡Pobres cuerpos, machacados por el dolor y las enfermedades! Tienen la piel en carne viva y aguantan como pueden los gritos para no parecer blanditos y quejicosos. Pero están deseando que no haya nadie para dar rienda suelta a todo su malestar acumulado. Los segundos se hacen eternos entre toma y toma de calmantes que alivien mínimamente la tortura espantosa de los dolores en oleadas nauseabundas que paralizan las tripas, que también duelen. Los cuerpos soportan todo eso y mucho más con un estoicismo enfermizo y traicionero que va más allá de las más agudas y espeluznantes desesperaciones. Los cuerpos soportan el vil rozamiento de la vida contra el mundo que, encima, los deforma de manera inaudita, retorciendo las carnes, ensanchándolas en una deleznable y esperpéntica mueca. Los cuerpos soportan las toses y los sarpullidos, las alergias, migrañas, los vómitos y las cagaleras, los cánceres, las metástasis, los linfomas, los ictus, las anginas de pecho, hepatitis, atrofias y distrofias, lumbalgias, huesos, parálisis, artritis, afecciones renales, infecciones y las operaciones de todo tipo que te dejan el cuerpo como si te hubiera pasado un tren de mercancías por encima.