El presente manuscrito contiene el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés, compuesto en Ná - poles entre 1535 y 1536. Se conocen sólo otros dos manuscritos de la obra, uno conservado en la Real Biblioteca de El Escorial, y el otro en la biblioteca del British Museum de Londres. Los tres manuscritos pertenecen a la segunda mitad del siglo XVI. De ellos, éste, con - servado en la Biblioteca Nacional, es el más antiguo y el más completo, y de él podrían ser copia los otros dos. El Diálogo permaneció manuscrito hasta el siglo XVIII, cuando Mayans y Siscar lo editó por primera vez, como obra anónima, en Orígenes de la lengua española, 1737. Este manuscrito, en el que intervinieron tres copistas diferentes, ha servido de base para la mayor parte de las posteriores ediciones de la obra, entre ellas, las de Usoz, Lapesa y Cristina Barbolani. Juan de Valdés, nacido en Cuenca a principios del siglo XVI, es como su hermano Alfonso uno de los representantes más genuinos del Renacimiento español. El momento histórico en que se desarrolla su figura y su obra ofrece tres puntos clave: en la política, la hegemonía española en Europa; en el arte, la plenitud del Renacimiento; en lo espiritual, el inicio de la Reforma. Los primeros años del siglo XVI son un hervidero de corrientes de pensamiento espiritual, algunas de las cuales, el iluminismo y, sobre todo, el erasmismo, dejaron un huella profunda en Valdés. En 1529 había publicado en Alcalá su Doctrina cristiana, que podría definirse como un catecismo erasmista y que le valió una denuncia por indicios de heterodoxia. Por temor a la intervención de la Inquisición, Valdés salió de España para asentarse en Italia, donde se dedicó a sus actividades intelectuales y a exponer su doctrina dentro de un selecto círculo de personas. Fue, con ello, uno de los introductores de las ideas reformistas en Italia. En el Diálogo de la lengua, cuatro interlocutores, dos españoles y dos italianos, discuten sobre la belleza y condición de sus respectivos idiomas. La obra, que se considera capital para el estudio de la historia de la filología española, es un claro exponente de la postura renacentista ante las lenguas vulgares. En el Renacimiento surge una simpatía indiscutible hacia la lengua materna y de ahí se deriva el interés por pulir las lenguas vulgares y cultivarlas hasta elevarlas a la máxima categoría y hacerlas tan aptas para la expresión científica como el latín o el griego. Es curioso, en este sentido, cómo Valdés señala la proximidad del castellano respecto del latín y asegura que es la lengua que tiene más vocablos latinos aunque estén «corrompidos ». La forma de diálogo no es sólo una moda literaria. La obra surge, muy probablemente, como reflejo de conversaciones que tuvieron lugar en la realidad. En un momento en que España tenía gran influencia en Europa y hablar español en Italia se tenía por «gentileza y galanía», no es raro que hubiera interés por el tema en el círculo intelectual de Valdés. El Diálogo surge, precisamente, de ese interés por el español, que en Nápoles, punto de mayor influencia española, sería aún mayor. Valdés se siente inclinado a exponer sus puntos de vista sobre los usos lingüísticos, ortográficos e incluso a tratar cuestiones acerca de la historia de su lengua. Además enjuicia obras escritas en nuestro idioma y cuáles pueden ser útiles a la hora de estudiarlo. La exposición doctrinal en forma de diálogo entre varios personajes tenía amplia aceptación en el Renacimiento con sus grandes modelos en la literatura clásica: Platón, Cicerón, Luciano… En esta forma literaria, la controversia anima la exposición, pero resulta difícil que los personajes, cuya razón de ser es encarnar una postura determinada, tengan vida y fuerza dramática. No ocurre así en la obra de Valdés, cuyos personajes están llenos de vida y poseen psicologías bien dibujadas. En cuanto a las ideas lingüísticas que Valdés plasma en su Diálogo, podemos señalar algunas: sostiene que la ortografía debe conformarse lo más posible a la pronunciación; considera que el léxico debe someterse a una cuidadosa selección y, para ello, desecha latinismos y evita vulgarismos: «buena parte del saber bien hablar y escrevir consiste en la gentileza y propiedad de los vocablos que usamos»; plasma también sus ideas sobre el estilo que resume en el ideal de escribir como se habla: «… escrivo como hablo… Y digolo quanto mas llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua está bien el afetación».
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