«Los crímenes de lesa humanidad no deben quedar silenciados»
“La memoria no muere, la justicia no muere”. Bajo ese convencimiento, el protagonista de ‘Huesos del silencio’ está dispuesto a bajar a las mismas fosas de la dictadura argentina. Con ese convencimiento, Gustavo Lorenzo Moretta ha escrito una novela tan impactante y conmovedora como necesaria e imprescindible
En su libro, hay una escena impactante en la que Titi le dice a Lucas: “¿Si algún día me pierdo, me buscas?”. Desde ese momento, el destino de Lucas parece haberse sellado. ¿Qué nos puede decir sobre el peso de esta escena y su impacto en el protagonista?
Es una pregunta que marca profundamente a Lucas, aunque en su niñez no comprende del todo su magnitud. Años después, la desaparición de amigos y seres queridos bajo la dictadura le da un significado devastador. La promesa hecha a Titi lo impulsó en su carrera como antropólogo forense, transformando su búsqueda en un acto de amor y justicia. La historia toma un giro inesperado cuando un descubrimiento lo conecta nuevamente con el pasado y con aquellos a quienes creía haber perdido para siempre. Es un momento catártico, donde el amor y la amistad se convierten en la fuerza para enfrentar el dolor y reconstruir los lazos rotos por el exilio y la violencia.
Lucas reflexiona sobre el silencio de los huesos: “Ese silencio… es casi ensordecedor. Cada uno de ellos espera ser reconocido, ser nombrado”. ¿Qué busca Lucas, justicia o venganza? ¿O hay algo más profundo en su motivación?
Lucas no busca venganza, sino justicia, y esa justicia va más allá de lo que podemos ver y tocar. Supera la finitud de la vida, porque incluso los muertos merecen justicia; merecen un nombre, una identidad, y un lugar digno donde reposar. Para Lucas, es fundamental devolverle a cada uno de esos huesos una historia, un reconocimiento. Las familias necesitan un lugar para sus lágrimas, un espacio donde poder hacer duelo. La búsqueda de justicia para él no es solo un acto legal, sino un acto de humanidad, un intento por restaurar la dignidad y la memoria de aquellos que fueron arrebatados de forma tan brutal.
Como autor, ¿qué busca transmitir o lograr con ‘Huesos del Silencio’? ¿Qué mensaje o reflexión espera que los lectores se lleven de la obra?
El mensaje que quiero transmitir es que los crímenes de lesa humanidad, y cualquier muerte violenta que haya sido ocultada, no deben quedar silenciados. No se trata solo de la dictadura argentina o de las fosas comunes de la era de Franco en España, sino de cualquier lugar donde se intente ocultar la verdad, como las fosas clandestinas del narcotráfico en México. Estos ‘huesos del silencio’ necesitan tener voz, porque el silencio suele ser cómplice, sostenido por el poder de turno que busca enterrar su responsabilidad. Mi obra intenta romper ese pacto de silencio, devolverles un nombre y una historia a los desaparecidos, para que sus vidas y sus historias no queden olvidadas. No podemos permitir que el olvido se convierta en impunidad.
«La historia es, ante todo, una historia de amistad. Es la relación de tres niños que crecen juntos, pero que son atravesados por la historia y la política de un país marcado por la violencia y la represión»
En su novela afirma: “La memoria no muere, la justicia no muere”. A partir de esta afirmación, ¿cree que se ha hecho justicia de verdad en Argentina, considerando el contexto histórico que aborda?
La afirmación “La memoria no muere, la justicia no muere” refleja una aspiración profunda, pero, lamentablemente, en Argentina, la justicia plena aún no se ha alcanzado. Existen numerosos desaparecidos sin identificar y la confusión actual en torno a este tema es preocupante. Lo más alarmante es que muchos jóvenes parecen tomar a la ligera estos hechos históricos.
Es fundamental entender que el Estado y sus fuerzas de seguridad no tienen derecho a quitar la vida a sus ciudadanos. Diferenciar entre un enfrentamiento y actos atroces como arrojar personas al mar o dispararles por la espalda es esencial. Si el Estado considera a alguien culpable, debe arrestarlo y someterlo a un juicio justo. Este principio básico parece estar desdibujándose en la sociedad actual.
La reaparición de la ‘teoría de los dos demonios’ en las redes sociales y la visita de diputados del actual presidente a militares condenados por estos crímenes son señales inquietantes. Es imperativo que como sociedad mantengamos viva la memoria y exijamos justicia para que estas atrocidades no se repitan y para honrar a las víctimas y sus familias.
Una parte significativa de la trama y de las reflexiones sobre la memoria histórica transcurre en España. ¿Quiso establecer una comparación entre la forma en que se trata la memoria histórica en Argentina y en España? ¿Qué similitudes y diferencias encontró?
Sí, sin duda, quise establecer un paralelismo entre la memoria histórica de Argentina y de España. Al igual que en Argentina, en España existen fosas con huesos sin nombre, víctimas que aún esperan ser identificadas y honradas. Lamentablemente, no hay una política real de exhumación ni un esfuerzo contundente para responsabilizar a quienes cometieron estos crímenes. La España que se muestra como un país justo y moderno está, en realidad, asentada sobre un mar de huesos y de familias silenciadas, ocultadas también por los poderes de turno.
No importa cuántos años pasen, ya sean décadas o incluso un siglo, los seres humanos necesitamos reconocer nuestra historia, tanto individual como colectiva. Silenciar el pasado es una forma de violencia que continúa afectando a las víctimas y sus descendientes. La obra busca recordar que, aunque pase el tiempo, la memoria sigue viva y la justicia debe buscarse siempre, porque el olvido no es opción para quienes aún esperan respuestas.
En ‘Huesos del Silencio’, las mujeres, especialmente las madres, son retratadas como las verdaderas heroínas: valientes, inspiradoras y fundamentales para los hombres en la historia. ¿En quiénes se inspiró para crear estos personajes tan poderosos?
La inspiración para estos personajes proviene de mi propia vida y de las mujeres que me rodearon desde siempre. Mi madre, Alicia, y mis tías, Rosa e Hilda, atravesaron momentos muy difíciles durante aquella época y encontraron fuerza al apoyarse mutuamente. Mi abuela Elvira fue una mujer formidable que crió a sus hijas con esa misma fortaleza. Mi hermana Sonia es otra mujer fuerte en mi vida; recuerdo cómo me encantaba que me contara las películas que ya habíamos visto juntos, esos pequeños momentos compartidos en tiempos difíciles. Mi esposa, Rosana, es una mujer brillante y fuerte, y mis hijas, que me salieron feministas, son mi orgullo.
No puedo dejar de mencionar a mis maestras y profesoras, quienes también moldearon mi visión y mi respeto por la fuerza femenina. Me siento orgulloso de haber sido criado por mujeres tan poderosas. Cada una de ellas, de alguna manera, está representada en los personajes de las madres y abuelas de Plaza de Mayo en mi novela. Es mi manera de rendir homenaje a su valentía, su amor y su lucha inquebrantable.
El miedo a los militares generó muchos silencios, e incluso hubo quienes justificaron sus acciones. ¿Cómo aborda este aspecto en su novela?
En mi novela, no solo se abordan los silencios nacidos del miedo, sino también las traiciones y complicidades que surgieron en ese contexto. Hubo sectores de la sociedad civil que se beneficiaron vilmente, enriquecidos a través de denuncias falsas para apropiarse de bienes y empresas. Esta parte de la sociedad, que se aprovechó del horror, nunca fue juzgada ni perdió la riqueza mal habida, y hoy en día sigue formando parte de la estructura social de Argentina.
La historia, lamentablemente, suele ser contada por los vencedores y cuando se invisibilizan estos delitos es por una razón: nada es inocente. Esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, quiero destacar que, a pesar de todo, mi mensaje es de esperanza: el amor siempre termina venciendo al odio. Es el amor lo que impulsa a los personajes a buscar la verdad, a sanar heridas y a luchar por la justicia, incluso en medio de la traición y la manipulación.
«Hay que devolverles un nombre y una historia a los desaparecidos… No podemos permitir que el olvido se convierta en impunidad»
En la novela, se menciona que “hacer desaparecer a los enemigos del régimen para que nadie supiera qué había pasado con ellos” es una estrategia que los nazis utilizaban, y usted lo compara con lo sucedido durante la dictadura argentina. ¿Ve las desapariciones como un arma de guerra deliberada? ¿Qué paralelismos establece en su obra?
Sí, definitivamente. La desaparición forzada de personas fue una herramienta, un arma de guerra deliberada utilizada para sembrar el miedo y el control social. Frases como “por algo será” se convirtieron en parte del discurso cotidiano, justificando de manera perversa estos actos. La manipulación fue sistemática y abarcó todos los ámbitos posibles: desde los medios de comunicación hasta la educación, inculcando la idea de que pensar diferente estaba mal y merecía ser castigado. Los militares argentinos adoptaron esta perspectiva, influenciados por corrientes políticas internacionales, especialmente por el impacto de la Escuela de Chicago en la formación de líderes militares en toda América Latina. Además, existía una admiración preocupante hacia el modelo nazi, que fue visto con buenos ojos por muchos de los responsables de la represión.
En mi obra, establezco este paralelismo para mostrar cómo estas prácticas se utilizaron como mecanismos de terror y control, tanto en la dictadura argentina como en otros contextos históricos similares. La desaparición no solo eliminaba a la persona físicamente, sino que buscaba borrar su identidad y su memoria, dejando a las familias en una incertidumbre paralizante. Es un arma que va más allá de la guerra convencional, porque ataca directamente el tejido social y la conciencia colectiva.
Frente a tanto horror y desesperanza, ¿considera que la amistad y el amor funcionan como una forma de salvación para los personajes?
La historia es, ante todo, una historia de amistad. Es la relación de tres niños que crecen juntos, pero que son atravesados por la historia y la política de un país marcado por la violencia y la represión. A pesar de la pérdida y el dolor, estos personajes encuentran en el amor una forma de seguir adelante, de sostenerse y sanar. La amistad y el amor se convierten en sus pilares fundamentales para enfrentar el horror y reconstruir sus vidas, uniendo los retazos de lo que les fue arrebatado. La novela muestra cómo, a través del amor en todas sus formas —amistad, familia y solidaridad—, se puede encontrar la manera de ser feliz, incluso en medio de las peores adversidades.
Ciencia y magia suelen presentarse como opuestos, pero en su novela ambos conceptos parecen entrelazarse, especialmente a través de la figura de las mariposas. ¿Qué simbolizan las mariposas en ‘Huesos del Silencio’? ¿Cómo logra unir estos dos mundos que suelen considerarse antagónicos?
El ser humano es mucho más que huesos; es memoria, alma y espíritu. Las mariposas en ‘Huesos del Silencio’ simbolizan justamente eso: las voces y los gritos de las almas perdidas, aquellas que fueron silenciadas pero que aún buscan ser escuchadas. Son un símbolo de resistencia, de pensar distinto y de no conformarse con lo esperado. Además, están profundamente conectadas con la cosmovisión de los pueblos originarios de América del Sur, quienes entienden que los seres humanos son mucho más que materia; somos parte de un todo, de un ciclo de vida que trasciende lo físico. En mi novela, las mariposas representan esa dimensión espiritual, esa magia que coexiste con la ciencia, recordándonos que siempre hay algo más allá de lo tangible y lo racional, algo que no podemos medir, pero que nos conecta con la esencia misma de nuestra humanidad.