SOY ANA OCAÑA
Me llamo Ana Ocaña Azor. Nací en una mañana gris de primavera y fui la rosa del jardín de los sueños, allí donde nace el sol y se resguardan los amores.
Desde niña escribía versos sobre las paredes de la escuela de mi padre y con tiza dibujaba un corazón junto a otro que callaba, y así fue como poco a poco descubrí que amar y sentirse fundir en otra piel es superior, te salen alas y vuelas sin retorno de la amorosa crisálida para siempre.
Llegó como un apasionado verano mi adolescencia y comencé a formar ramos de deseos y macetas de ilusiones. Empecé a besar sin labios a príncipes imaginarios y a perderme en cuerpos enamorados.
Del otoño surgieron los versos de la añoranza y seguir por el camino angosto que badea precipicios y aprendí a correr descalza por los senderos amplios de la vida. Aprendí a querer y a curar almas con besos y con caricias.
Con 16 años se fue para siempre el duende mi vida, se hizo fantasma el espíritu de mis sueños, ese padre joven y bello, desapareció cuando más lo necesitaba...
Eso marcó para siempre mi destino. Aprendí que todo es efímero, que lo importante es vivir con pasión el hoy y el ahora. Qué andamos de paso y todos somos caminantes visibles para unos e invisibles para muchos; que nada permanece: todo muta o muere.
Entonces nació esa mujer que dejó de ser niña y se convirtió en una gitana errante con los pies descalzos, con flores sobre la cabeza y los cabellos sueltos. Aprendí a robar miradas con el cuerpo y a coleccionar besos. Fui psicóloga del aliento de todos y poeta del alma para algunos. Me desnude el alma y me desnudaron el cuerpo. Descubrí que sólo sentía frío cuando no había amor, solo sexo. Aprendí que cuando una respiración y un cuerpo se funden, crece en el aire el éxtasis del sueño y se hacen realidad por momentos las imágenes del imaginario.
Cruzando miradas nació una mañana el símbolo de lo eterno: ¡el amor! Ese amor fecundo dio lugar a dos raíces de mi árbol, un árbol que no he dejado de regar y que le puse: Melchor y Alejandro.
Hoy sigo perdida en lo absurdo del ser y lo paradójico del querer, pero mi viaje ya no tiene retorno, así que vivo cada vez que siento que una mirada me desnuda.
Ana Ocaña 2010-10-21