Tan pronto Brentano culminó su obra, fue de admirable recibo por parte de los círculos intelectuales y eruditos de su época quienes quedaron impactados ante tal desborde de conocimientos culturales, religiosos, geográficos, demográficos, etc., por parte de una religiosa que nunca salió de su pueblo. La vidente nos relata sobre el paraíso, el purgatorio y el infierno con más exactitud que Dante en su Divina Comedia; nos narra la caída de Adán y Eva con más erudición que Milton en El Paraíso Perdido; nos descubre las artimañas del demonio con más sentido que Goethe en Fausto; nos muestra la vileza del corazón humano con más realidad que Víctor Hugo en Los Miserables; nos presenta un análisis del alma más atormentador que en las obras de Fiodor Dostoievski; en fin, nos deleita con más dulzura y emoción que los mejores poemas pastoriles y novelas idílicas de la literatura universal.
Supera en extensión y profundidad a las revelaciones de la Magna Santa Hildegarda Von Bingen, Santa Matilde, Santa Gertrudis, Teresa Neumann y otras videntes y estigmatizadas de nuestros tiempos. Confirma y complementa lo que han dicho los santos y doctores de la realidad sobrenatural al sumergirse en la contemplación de esta dimensión más allá de lo posible para la mente humana.
Si se hubieran reunido, para ponerse de acuerdo, los más calificados escritores, poetas, historiadores, geógrafos, arqueólogos, astrónomos, teólogos y exegetas, no hubieran logrado realizar una reconstrucción de la historia antigua y moderna, ni hubieran podido dar una descripción y explicación de la vida, pasión y muerte del Redentor más lógica, más noble y perfecta que la que nos presenta Ana Catalina Emmerick por medio de sus místicas contemplaciones.