Vine a este mundo en la voz de mis padres. Entre palabras que olían a tierra, jara y refranes. Y con ellas anduve mis primeros años hasta que llegaron los libros. Primero los tebeos, después los cómics, más tarde la Historia, la Poesía, el Arte y, por último, el rock, que entró arrasándolo todo, como corresponde. Profundicé en las Humanidades, el blues, el amor (con sus derrotas) y un amigo: don Quijote.
Aprendí a soñar, a llorar, a vivir a escondidas sin esperar. Nada, verso a verso. A buscar la salida inspirado en canciones. Esto no va de pensar. Oigo voces. Siento, me revuelvo, caigo, grito, exploto e intento levantarme por escrito. Es lo que aprendí luchando contra la muerte. Vivo hablándole a un papel en blanco. Soy adicto. ¿Eres tú mi musa? Peco, luego escribo. Y entre pecado y pecado hago penitencia en una vida normal auxiliando a adolescentes que no se quieren llevar con la cultura. Normal. No la necesitan. Ya lo harán. Ya se verán contra las cuerdas, solos, tan solos como para buscar palabras, de esas que te dan un chute, que te dan fuerzas. Entonces, lo entenderán todo e irán a los libros. Esos que menospreciaban tanto. Quizá a este entre, ojalá, muchos otros. Quién sabe.
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