Este buen hombre, cuya mala memoria siempre se empeñó en olvidar el año en que vino a la vida en Jerez de la Frontera, desde su adolescencia, si es que alguna vez la disfrutó, amó con pasión la literatura, pero su volatilidad emocional le traicionó, haciéndole estudiar una carrera técnica; aquellos duros años, en la España que se empezaba a reconstruir, se necesitaban más técnicos que literatos y, gracias a ello, el buen nombre de la literatura española pudo seguir inmaculado casi una centuria más.
Ya metido en su otoñal existencia, resurgió de nuevo aquel olvidado amor y tomando teclado y pantalla, un día cualquiera abrió inesperadamente el cofre de su desbordada imaginación y, sin encomendarse ni a las normas ni, aun menos, a las reglas de una cultura literaria de siglos, irrumpió como hipopótamo en jardín japonés en el margen izquierdo de la siempre idolatrada literatura española y, a base de teclazos y ? suspiros, llenó de finas filas de hormigas negras las albas y puras alfombras ? de dicha cultura, destrozando todo lo que a su paso pudo encontrar.
Una pequeña muestra de lo dicho la pueden comprobar leyendo uno de sus quince cuentos de MEMORIAS DE UNA INOCENCIA, uno de ellos ha quedado grabado para la eternidad en esta editorial que ha tenido a bien aceptarlo casi sin protestar. Otras muchas muestras de su asombrosa incapacidad literaria la pueden encontrar en su blog