Mi propio cuento.
Por Doménico Luna. Marzo del 2011.
Nací en Argentina. En la ciudad de Córdoba. Supongo que mejor hubiera sido nacer en Alemania pero el destino me tenía sentenciado. A veces fantaseo que en otra vida fui un alemán abrumado por los horrores de la guerra. Y entonces preferí el paraíso sudamericano donde pastan serenas las vacas.
Uno puede equivocarse.
Mi infancia y adolescencia fueron hechas por los adultos que me rodearon. Temo que relatar aquellos años se convierta en un discurso inútil que no habla de mí como alguien que forja su vida, sino de un alma que la soporta.
Prefiero empezar en el instante en que liberé mi espíritu.
Primero abominé la política. Juzgué que no merecía mi sangre.
A los 19 fijé tres metas simples: practicar deporte, estudiar ingeniería electrónica y divertirme mucho. Acepté mientras, llevar unas mochilas heredadas de las que no hablaré. Tengo una voluntad taurina así que, aunque sin muchas medallas, alcancé las costas del otro lado.
Digo que fui feliz en varios momentos. No muchos. Defino a la felicidad como una ilusión pasajera.
No me iba mal en la profesión, pero siempre fui algo ambicioso. Puse mi propia empresa. Por siete años funcionó. Viví todas las inflaciones, hiperinflaciones, devaluaciones, subas, bajas, bonos, etc. Es decir todos los macro-robos que padecemos los que producimos.
Así, a los 39, era un hombre endeudado que buscaba trabajo en Buenos Aires con agujeros en los zapatos. Me ofrecí hasta para acomodar mercadería en los supermercados. Explicaban que no podían poner a un ingeniero en ese puesto. Los entendía. Era coherente. Lo que no era normal fue que bajara tanto de peso.
Al fin escapé. Un amigo español me rescató y me contrataron fuera del país.
Me defino como viajero por destino.
Empecé a hacerlo a los quince años. Recorrí casi toda la Argentina a dedo. Conocí Brasil, Paraguay y Chile. También fui por el deporte a Sudáfrica y al recibirme de ingeniero anduve de gitano casi cuatro meses por Europa occidental. Vivo en Chile pero trabajo en todo Latinoamérica quien ahora es mi nueva matria. Estoy de acuerdo con Savater quien dice que no puede ser llamada patria (de pater) la que te parió.
Viví cuatro años en México, también residí en El Salvador, Costa Rica y Nicaragua. Estuve de paseo por otros. Escribo esto y mi esposa me pregunta algo sobre papeles. La semana que viene viajaremos. Vamos a radicarnos en Brasil.
Así es mi vida. Confieso que es una de las mejores cosas a las que fui arrastrado. No la elegí, sólo se dio. Espero establecerme en unos seis años.
En los romances no me fue muy bien. Tardé 41 años en conocer el amor. Antes sólo viví borracheras. Loco y enamorado fueron sinónimos para mí. Fui muy apasionado igual. Tuve buenas mujeres. Me hubiera gustado tener más. Conocí la soledad. De joven me faltó valor para decirles que las amaba a aquellas que me hicieron latir fuerte el corazón. Es lo único en lo que fui muy cobarde. Hace mucho me casé mal. Al año me divorcié. Pero aquello tuvo algo bueno. Me dejó un hijo con quien nos amamos.
A mi actual esposa le he sido siempre fiel. Quizás sólo por temor a perderla.
De este matrimonio tengo una hija que no tiene mi sangre. Es fuente de energía en forma de cariño y alegría.
De los amigos puedo decir que tengo de muy buena calidad. Disfruto de los que llamo amicci benefacta. Término extraído de la astrología. Son aquellos incondicionales que se preocupan si estoy mal y me dan su mano.
Estudié por mi cuenta símbolos. Leí varios libros de C.G. Jung, test psicológicos, mancias, grafología, diccionarios de símbolos, significados de los sueños, Tarot, astrología, religión y todo aquello que se exprese en forma subliminal o parabólica.
Escribo con pasión. La tengo con cada cosa que hago. Detesto hacer algo sintiéndome obligado. Me duran poco esas cosas. Soy un convencido que uno debe amar lo que hace o no debe hacerlo.
Mi deporte fue el rugby y llegué a jugar con cierto decoro y poco brillo en el seleccionado cordobés. Tuve siempre mucha carga de violencia interior. Me ayudó a sublimarla.
También disfruté de practicar tiro con arco.
En pocos años dispondré de dos jubilaciones y el alquiler de una casa a la que no venderé si puedo. Me permitirán vivir la última etapa sin miserias ni lujos. Claro que temo que el gobierno me los quite.
Los normales del planeta me han dicho muchas veces que soy demasiado bueno y honesto. Les explico que las virtudes no tienen demasiados. Que lo que ocurre es que ellos son demasiado malos y ladrones.
He podido cumplir hasta hoy con mis valores morales, éticos y espirituales. No sin manchas. Algunas grandes. Son las que afirmaron quién soy. Considero al blanco puro como vestimenta de afeminado.
Me costó esto pues escribo bajo seudónimo para mantenerme distante, y poder fantasear que Doménico se inventa a sí mismo en cada historia. Pero no me pude resistir a contar mi propio cuento.
A los 55 recién puedo imitar a Alberto Cortéz cuando dice que no deben dejar de sonar las campanas.
Mi mayor orgullo al morir será poder cantar con fundamento A mi manera.
Espero lograrlo.