Me llamo José Antonio, pero rara vez respondo si no me llamas ‘Chico’. El transcurrir de mi infancia derivó en este apodo que ahora acompaña a mi primer apellido, rebosante de valía, igualito que el segundo.
Nací en Sevilla dos años antes que «Naranjito» y aquí sigo, aquí vivo.
Amo escribir y no lo sabía. Una tarde, hace algo más de un año, leyendo a Mikel Santiago, me dije: «Esto puedo hacerlo yo», muy, pero que muy poco después pensé que en absoluto, era de cajón. Aun así, su sencillez y su pegada me empujaron a comprar un pequeño PC en Wallapop que me ha servido, y me sirve, de saco de boxeo, desde minutos después de desembalar tan ansiado paquete. En él descargo todos los golpes, muchos entrenados en libretas, grupos unipersonales de WhatsApp, ordenadores con más entidad o en folios ilustrados por mis hijos, gran parte de ellos indescifrables aunque preciosos para mí, faltaría más.
Desde que escribo soy más feliz, mejor persona conmigo y más valiente. Ahora digo lo que me da la gana y me retuerzo de alegría si alguien lo comprende o quiere descubrir más.
Me interesa el resonar de los textos, de la cultura en lo cotidiano y del día a día que nunca termina en mañana. Busco dar valor a digerir más lento lo que solemos tragar tan rápido. Y no tengo ningún plan, ni ninguna técnica depurada, ni ningún trazado que no me permita la caída, porque es precisamente ahí donde puede surgir una buena historia que contarnos.